Teoría de la Evolución

 ¿Cuál fue el origen de la vida? Anoche, en un delirio febril de casi cuarenta grados, me puse a discutir con Darwin, le dije que la evolución de las especies estaba programada de antemano. El me preguntó, ¿por quién?

Es curioso, pero cuando tengo fiebre siempre me da por pensar en un montón de cosas raras. Luego, al día siguiente, pues como cuando tienes un sueño, es decir... ¡no te acuerdas de casi nada! Bueno, esto último no es cierto. Soy capaz de recordar más fácilmente mis delirios febriles que mis sueños, siempre extraños, perversos y prohibidos. Pero hoy, 12 de febrero, no es un día cualquiera -en realidad ninguno lo es-, sino el cumpleaños de nuestro querido y ya difunto amigo, el señor Darwin (12 de febrero de 1809, Shrewsbury, Inglaterra - 19 de abril de 1882 (73 años), Down House, Kent, Inglaterra). De tal forma, y dado el caso, mis delirios griposos no podían haber hecho otra cosa más que acordarse de él y, de alguna forma que no logro comprender, estoy convencido de que hemos mantenido una calurosa discusión. He aquí mis conclusiones.

Si de algo no hay duda es de que el tema del origen del hombre y la evolución de las especies es uno de los más polémicos y tan antiguo como el asunto del huevo y la gallina, ¿verdad? Bien, en algo estamos de acuerdo.Y ojo, no confundamos ambos términos porque no son lo mismo. Lo cierto es que para resolver este enigma no contamos con más herramientas que las simple y mera formulación de hipótesis, pues ninguno de nosotros estaba allí, el día en que surgió el primer ser vivo. Por muchos miles de millones de años, por muchos ceros que podamos sumarle a esa cifra, resulta muy difícil de asimilar que una simple ameba, un protozoo, o una insignificante célula, pueda evolucionar hasta convertirse en lo que somos; seres humanos.

Para dar explicación a un enigma tan complejo existen multitud de teorías, aunque todas se podrían reducir a dos grupos claramente opuestos. Por un lado las teorías creacionistas auspiciadas por las diferentes religiones (Cristianismo, Islam, etc.), donde toda evolución habida y por haber forma parte de un plan detallado obra del Dios creador y, por el otro lado, las teorías de corte científico, que a su manera tratan de justificar dicha evolución a partir de hechos observados y contrastados (pero no su origen). A este grupo, si bien la teoría de Darwin es la más extendida, existen otras muchas a tener en cuenta, como la teoría evolucionista de Lamarck, o las Leyes Genéticas de Mendel.

La teoría de la evolución de las especies (conjunto de cambios en caracteres fenotípicos y genéticos de poblaciones biológicas a través de generaciones), aunque fue nombrada por primera vez en el siglo XVIII por el biólogo suizo Charles Bonnet en su obra «Consideration sur les corps organisés», su origen es mucho más antiguo, pues ya los filósofos griegos apostaban por este principio exponiendo como todos descendíamos de un ancestro común. No obstante, fue el naturalista Charles Darwin quien sintetizó todo este conocimiento y, junto con otro naturalista, Alfred Russel Wallace, ambos concretaron que la selección natural era el mecanismo básico responsable del origen de nuevas variantes genotípicas y en última instancia, de nuevas especies. Ahora bien, esta teoría no trata sobre el origen de la vida, pues únicamente estudia los cambios que se producen en los seres vivos, pero no como se constituyeron como tales, que es lo realmente importante.

La dicotomía ciencia – religión no tiene porque ser excluyente, sino más bien, y así lo han determinado mis delirios febriles, ambas teorías deberían converger en una tercera vía, la extraterrestre. Acaso, desde un punto de vista científico, ¿no es posible que toda la evolución biológica observada estuviese escrita de antemano, por «alguien», en el código genético de la primera célula que apareció en la Tierra? ¿Y quién sería ese alguien? Tras un acalorado debate conmigo mismo (o con el señor Darwin, quién sabe) de casi cuarenta grados centígrados, he concluido que ésta es la única vía posible. Sí, la evolución de las especies estaba programada de antemano, y tanto Darwin, Mendel y cualquier otro defensor de sus teorías científicas, describen con acierto el viaje que realiza el fenómeno «vida», pero obvian que muchos de los aspectos evolutivos responden a un diseño inteligente donde el azar o la selección natural no es más que otra variable preprogramada. Así mismo, al no dar respuesta a su «origen», no nos queda otra opción más que recurrir, llegadoa este punto, a la religión, a la teoría del Dios creador. El problema aquí radica en que las religiones, si bien están basadas en «hechos reales», como se suele decir en las películas de sobremesa, en su mayor parte no son más que interpretaciones interesadas que no podemos aceptar, ni mucho menos, de forma cierta o literal. Entonces, ¿qué pasaría si, para completar la teoría, sustituyésemos al Dios creador, por un alienígena al más puro estilo de los «Ingenieros», de la nave Prometheus? Así tendríamos respuesta a la pregunta ¿Quién diseñó y programó la primera célula?

Recuerdo que hace algún tiempo vi un reportaje sobre estos temas en Canal Historia y, entre las muchas teorías que se explicaban sobre el origen de la vida, hubo una en concreto que me resultó más que interesante. Según dicha teoría los seres humanos, mejor dicho, la vida en la tierra, no sería otra cosa más que una simple copia de seguridad de datos. Dicho en otras palabras, las personas, nuestro ADN en concreto, sería algo así como un «pendrive» con gigas y gigas de datos. ¿Y esto, por qué?

Bien, supongamos que somos una civilización muy avanzada, sita en el planeta «X», en algún lugar desconocido del universo, y tenemos la tecnología necesaria para comprimir todos los datos más importantes de nuestra cultura, todo aquello que consideremos verdaderamente crucial, o bien un mensaje secreto, en el ADN de una célula que hemos previamente creado. Por supuesto, si alguien desea tener una copia de seguridad de sus datos a buen recaudo, no la va a guardar en su casa, sino en un lugar lo suficientemente apartado -en la nube, se dice hoy en día-. Ahora imaginémonos que nuestra tecnología nos permite encapsular toda esa información en una célula y mandarla al espacio, con la consigna de que se reproduzca en uno, dos, tres, cuatro planetas -o los que haga falta, según el número de copias de seguridad que deseemos hacer-, y que esa célula pueda reproducirse en el tiempo, creando vida, y así asegurarse que la información jamás desaparezca, al menos mientras exista un solo ser vivo sobre la superficie del planeta Tierra. ¿Acaso existe un sistema de protección de datos más perfecto? ¿Es la vida un sistema creado por un ente superior para la salvaguarda y transmisión de datos?

Se dice que la vida apareció sobre la Tierra hace cuatro mil millones de años y, por el momento, no existe teoría alguna capaz de demostrar su origen de forma indiscutible. Me temo que todavía nos quedan muchos años por delante de especulaciones varias, aunque si nos aferramos al principio de la navaja de Ockham, según la cual «La explicación más simple y suficiente es la más probable, más no necesariamente la verdadera», creo que deberíamos ir aceptando el origen extraterrestre (panspermia) y, para ser más exactos, habría que centrar la mirada en el Planeta Rojo, que es el que nos queda más cerca.

Entrada de blog traspuesta 18.03.2018